El golf es, en muchas ocasiones, una historia de superación. Empezar siendo nada para poco a poco labrarte un nombre en este deporte es una constante de esta disciplina. Tenemos siempre presente el caso de Seve, hijo menor de una familia humilde de un pueblo cántabro o del mismísimo Tiger, que tuvo que hacer frente durante mucho tiempo al hecho de ser el único golfista negro dentro del circuito. Pero cuando esta superación va más allá del aspecto social y alguien toma por montera al golf como tabla de salvación de una enfermedad no podemos más que quitarnos el sombrero.
Entre tanta fotografía y tanto foco apuntando a Rory McIlroy el pasado domingo en el Irish Open, hubo una imagen que dio la vuelta al mundo. La imagen de un hombre que, tras finalizar su ronda y asegurarse el cuarto puesto en Irlanda, se abrazó a su caddie y comenzó a llorar desconsoladamente. Y no, no eran lágrimas de tristeza. El llanto del inglés Matt Southgate respiraba felicidad por los cuatro costados. A sus 27 años logró su mejor resultado en un torneo del European Tour para asegurarse la tarjeta del circuito. Y lo hizo tras superar un cáncer que casi le cuesta la vida hace ahora un año.
La trágica noticia se produjo solo unos días antes de disputar el The Open Championship sobre la hierba de Saint Andrews y, lejos de amedrentarle, se propuso hacer frente a esta enfermedad con fuerza y corazón. “A veces la vida es como el golf, debes abrirte camino hacia los lados y empezar de nuevo”, afirmó en noviembre mientras se hacía un hueco en la Qualifying School del circuito europeo.
“El cáncer me abrió los ojos y me hizo darme cuenta de lo mucho que me importa lo que hago, por eso me emocioné cuando terminé”, comentó el británico en declaraciones a la BBC. “Un suceso así te hace reflexionar y pone todo en perspectiva. Aprendes a valorar lo que realmente importa en la vida”.
Y seguro que ahora valora esta hazaña como se merece.