Ocurría en la pasada edición de la Ryder Cup en Gleneagles. Justin Rose envió la bola desde el tee del 13 al rough entre unos matorrales, debajo de un árbol y con unos arbustos por delante lo que hacía que el segundo golpe fuera sumamente difícil. Cuando todo parecía complicado, el inglés se sacó de la manga un golpazo que hubiera firmado el mismísimo Seve Ballesteros y es que el espíritu del genio de Pedreña siempre permanece al lado de los nuestros en esta emblemática competición.