Nunca escribo en primera persona por respeto a las entidades para las que trabajo; me quedé con ganas de hacerlo cuando falleció Emma Villacieros, y ahora, que también nos falta Cristina Marsans, he considerado oportuno aportar una visión más personal de ambas, con quienes tuve el privilegio de compartir muchos momentos.
Emma y Cristina pusieron los cimientos de nuestro golf femenino partiendo de la nada más absoluta, a base de trabajo, tenacidad, ganas e ilusión. No fue fácil. En 1965, siendo Emma responsable del Comité Técnico Femenino de la RFEG, Cristina y ella decidieron dar el salto a Europa “convencidas de que nos teníamos que medir con los equipos continentales” -me contaban. “No disponíamos de ninguna ayuda: nos comprábamos el uniforme, pagábamos el viaje y nos alojábamos en casas de amigos; una vez dormimos todas juntas en una buhardilla. Al principio íbamos a probar suerte y, por si no salía bien, decíamos que ¡íbamos de compras!”.
“En 1969 quedamos penúltimas en el Europeo en Suecia y en la entrega de premios nos dieron mención especial ‘a las más simpáticas’. Me pareció inadmisible. Le dije a Emma enfurecida: “Jamás volverán a darme un premio por simpática, las menciones hay que ganarlas en el campo”, recordaba Cristina. Regresaron a casa con la determinación de progresar y el trabajo dio sus frutos: en 1974 fueron quintas en el Mundial de Santo Domingo, en 1975 y 1977 medalla de plata, y en 1986 y 1992 ganaron dos Copas del Mundo para España.
Con Emma compartí muchos viajes los años previos a la Ryder Cup de Valderrama; y reuniones con dirigentes del golf europeo, algunas muy tensas a punto de provocar un conflicto diplomático. Era valiente y defendía lo que creía justo sin temer nada ni a nadie. “No pienso callarme, el golf español merece un respeto, ¡ya está bien!”, me decía.
Si en dichas reuniones parecía mandona y seria, una vez finalizadas volvía a ser la persona divertida y con sentido del humor que muchos desconocían. Su mejor anécdota sucedió durante una de las múltiples reuniones preparatorias de la Ryder Cup. Jaime Ortiz-Patiño, presidente del RC Valderrama a la sazón, se levantaba a las 4:30h para supervisar el campo, nos citaba a las 8 y a Emma le costaba madrugar. “Jimmy, a esa hora ni hablar, a las 10”, repetía una y otra vez sin éxito hasta que un día nos sorprendió: apareció en el despacho de Ortiz-Patiño ¡en camisón, bata y zapatillas! Emma en estado puro.
Puso todo su empeño en que el Golf volviese a los Juegos Olímpicos y en traer la Ryder Cup a España, y lo consiguió. Era infatigable. Cómo disfrutó en Valderrama, aquella fue “su” Ryder Cup. También fue la de Seve. Y la de Jaime Ortiz-Patiño. Fue precisamente en la cena de gala donde protagonizó otro gran momento. Al son de “Macarena” subió al escenario y dejó atónitos no sólo a “los del Río” sino a los 1.500 invitados, a quienes animó a que bailasen la famosa coreografía.
Cristina tenía una sensibilidad especial, una personalidad muy atractiva. De ella aprendí mucho, “no es lo que se hace, sino cómo se hace”, me decía. En 2002, siguiendo en Augusta el partido de Sergio García junto a Consuelo Fernández, madre de nuestro campeón, esta le contó que su hijo acababa de constituir su Fundación. Esa cabeza privilegiada que tenía Cristina, con las ideas tan claras, enseguida se puso en marcha. Organizó una reunión entre Sergio, su hijo Javier (Goyeneche) y su amigo Jorge Pérez de Leza, presidente de la Fundación Deporte y Desafío, que no dudaron en lanzar el golf adaptado en nuestro país. Cristina y Consuelo, inseparables, pusieron los cimientos de esta modalidad deportiva que cada vez practican más personas con distintas discapacidades, y que tanto contribuye a su bienestar e integración.
Cristina quería mucho a Sergio y a toda su familia y ha sido esencial en el desarrollo de la Fundación: se enteraba de que alguien necesitaba ayuda, lo compartía con Consuelo y el engranaje se ponía en funcionamiento. “¿Eres consciente de la suerte tenemos con Sergio, ¡cuánta generosidad!”, me comentaba con frecuencia. “Este equipo se mueve… y ¡estoy feliz¡”, o “qué gusto saber que hemos sido útiles y hemos ayudado a que las vidas de muchas personas sean mejores”, son algunos de los mensajes que me escribió en sus muchísimos correos y cartas, que como tesoros guardo. Viajar, charlar, estar con Cristina suponía una constante lección de vida. Cada curso de golf adaptado que compartimos en Castellón nos marcó a todos los que estuvimos involucrados.
Emma y Cristina, gracias por todo lo que he aprendido y compartido con vosotras.
Firmado: María Acacia López-Bachiller