Ahora lo vemos triunfar en el mejor circuito del mundo siendo una auténtica estrella, pero lo cierto es que hace menos de tres años Jon Rahm no tenía ni siquiera encarrilada la tarjeta del PGA Tour para la temporada 2016/2017. De hecho, el vizcaíno se convirtió en profesional tras el US Open de 2016 y tenía apenas unos cuantos torneos para tratar de conseguir con invitaciones lo que parecía un imposible: sumar los más de 800 mil dólares que se calculaba que le harían falta para lograr los derechos de juego el próximo curso.
Pero vaya si lo logró. Empezó con un tercer lugar en el Quicken Loans National, le siguieron un Top 72 y un Top 59 en el Barracuda Championship y el Open Championship, respectivamente, y puso la rúbrica con un espectacular subcampeonato en el RBC Canadian Open que le abrió de par en par las puertas del PGA Tour. Un segundo puesto logrado a base de mucho esfuerzo y que lo mantuvo en la disputa del título hasta el último hoyo, quedándose finalmente a un solo impacto del venezolano Jhonattan Vegas.
Fue aquí donde el público comenzó a darse cuenta de que ese jugador español que llegaba después de arrasar en el mundo amateur tenía algo especial. Y su doce bajo par sobre la hierba del Glen Abbey Golf Course habló por si solo.