Dicen que las estadísticas están para romperse y que los números solo sirven para contar a medias una verdad, pero lo cierto es que si alguien le llega a preguntar a Gary Woodland antes de la salida del domingo por su pasado saliendo como líder a falta de 18 hoyos del final seguro que al estadounidense se le hubieran aparecido de pronto muchos fantasmas. Y es que el deportista de Kansas llegaba a la última manga de Pebble Beach con un golpe de ventaja sobre Rose y con el estigma de tener un balance de 0-7 en todas las ocasiones en las que se ha había encontrado liderando una prueba con una ronda por jugarse.
Sin embargo, lejos de que estos datos le afectaran, se sobrepuso a todos ellos para acabar llevándose su primera gran victoria en la cumbre y ascender hasta el puesto número doce en la clasificación mundial -la más alta desde que dio el paso a profesional-. Y lo hizo en base a dos factores: uno, su calma y saber hacer en el manejo de una situación que se le puso de cara desde el principio; y dos, el colapso de Rose a pesar del birdie en el 1.
“Creo que desde el punto de vista mental he jugado mejor que nunca. No me he dejado llevar por las emociones, ni siquiera llegué a pensar en lo que vendría después del triunfo. Solo quería ejecutar a la perfección cada disparo. Quería quedarme con cada momento y mantenerme sereno. Estaba jugando bien, pero también había jugado bien en muchos torneos anteriores y no había tenido los resultados que me hubiesen gustado. Hoy ha sido diferente”, apuntó el norteamericano en la rueda de prensa posterior a su triunfo.
Unas palabras que ponen en relieve que las estadísticas no lo son todo. Woodland llegaba con un balance desolador a la prueba más grande a la que se había enfrentado nunca y, sin embargo, ha sido aquí donde ha puesto el 1-7 para dar por zanjada una maldición que parecía no conocer fin.