Hoyo 17 del TPC Sawgrass de Ponte Vedra Beach (Florida). La bola en el tee de salida. Una leve desviación en la puesta en práctica del swing y la pelota acaba en el fondo del agua. La Isla Verde, así es como se conoce a la pequeña península de poco más de 120 metros que se encuentra integrada en el penúltimo hoyo de este magnífico complejo.
Una verdadera condena para muchos golfistas, que han visto cómo un mal tiro era penalizado con el bogey, en el mejor de los casos. Sin embargo, la desgracia de unos se convierte a partir de este momento en alegría para otros. Hablamos de buceadores intrépidos, de personas que no les importa darse un chapuzón si después pueden sacar unos cuantos dólares revendiendo estos pequeños tesoros.
“La visibilidad es bastante mala debajo del agua, porque al buscar remueves todo el cieno”, afirma el buceador Paul Lovelace, a quien no le importa ensuciarse un poco para conseguir su Santo Grial particular. “La verdad es que te pones de lodo hasta arriba, pareces una criatura de una historia de terror. Una vez, cuando conseguí salir del agua, vi a un grupo de personas mayores y me propuse darles un pequeño susto. Me acerqué a ellos sigilosamente lleno de algas y hierbas y empecé a emitir sonidos extraños. Creía que les iba a dar un ataque al corazón. Me sentí muy mal por ello”.
Pero estos momentos le merecen la pena, ya que el buceador afirma que puede encontrar al año unas 5000 pelotas hundidas ¡en un solo lago! Éstas las revende posteriormente en las tiendas a un precio de 75 centavos cada una, con lo que la ganancia es sustancial –aunque el campo cobra una tarifa a los buceadores de entre 7 y 10 centavos por cada pelota que consiguen–. “Creo que todo el mundo, durante su infancia, tiene el sueño de bucear buscando tesoros hundidos. Eso es lo que hacemos nosotros a diario”, bromea Lovelace.
Pero ojo, no es oro todo lo que reluce. Este trabajo tiene sus peligros, y si no que se lo digan a Jacques van der Sandt, el buceador que fue asesinado por un cocodrilo mientras recuperaba pelotas de golf en un parque natural de Sudáfrica.
“Hay que llevar cuidado con los animales. No es extraño que estés con el rastrillo en el fondo del agua y que veas a una serpiente nadando hacia ti. Pero lo más peligroso es, sin duda, el agua. En algunos campos los lagos parecen alcantarillas. En estas aguas estancadas la precaución es máxima, porque puedes contraer enfermedades”, afirma el aventurero, que concluye con un aviso a navegantes. «Se puede sacar bastante dinero, pero esto no es bucear en aguas tropicales. Preferiría estar nadando en el Mar Rojo rodeado de peces de colores que de botellas de cerveza rotas”.
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