Era un 7 de mayo del año 2011. El reloj marcaba las dos y diez de la madrugada cuando el corazón de Seve dijo basta. El genio de Pedreña fallecía después de una larga lucha contra el cáncer. Hoy, cuatro años después desde aquel fatídico día, el mundo entero sigue recordando la figura del mejor golfista español de la historia.
El hijo de un granjero que consiguió ser el número uno mundial. Aquel niño que se fabricaba sus propios palos, que saltaba la valla del campo para jugar por las noches y que pasaba las horas dando golpes cortos por encima de las vacas. Éste era Seve, una persona que creció en un pequeño pueblo de Cantabria y que desarrolló pronto unas habilidades personales y profesionales que posibilitaron que en 1999 fuera incluido en el Salón de la Fama del Golf Mundial. Dos Masters de Augusta, tres Abiertos Británicos y cinco Ryder Cup son solo una pequeña muestra del gran palmarés conseguido por “el cántabro universal” en sus años como golfista.
Pero el legado de Seve va más allá de los reconocimientos individuales. Su carisma, su personalidad y su carácter siguen presentes en el mundo del golf. Estaba en los puños de Ian Poulter en aquella inolvidable remontada del equipo europeo en Medinah en el año 2012, como también lo estaba en las lágrimas de su amigo Chema Olazábal una vez que se consumó el milagro en Estados Unidos. Porque esa Ryder también fue de Seve. Él hizo fuerza para que el putt de Kaymer acabara dentro en el 18. Europa entera le brindó el triunfo.
Todos los valores que transmitió sobre la hierba le han valido para que su nombre aparezca bien alto en el aeropuerto de Santander. La iniciativa popular que en su día puso en marcha Richard Noya en su blog “Postureo Cántabro” por fin se hizo realidad y ahora toda Cantabria puede presumir de tomar un avión desde el Severiano Ballesteros-Santander, una tierra que huele a golf.
Era una persona única. Por eso nos recorrió por el cuerpo un hormigueo cuando volvimos a ver el apellido Ballesteros en la tablilla del Tour Europeo gracias a su hijo Javier. Aunque pasen los años su huella seguirá imborrable para las miles de personas que disfrutamos de su presencia. Seve, no te olvidamos.