El próximo 28 de enero millones y millones de chinos celebrarán el Año Nuevo Chino, el Año del Gallo de Fuego. Sin embargo, no hay mucho que festejar para esos golfistas que han visto cómo su gobierno, en plena cruzada contra este deporte, ha vuelto a poner las cartas sobre la mesa y ha decretado el cierre de 111 campos, además de la detención de las obras en otros 47 complejos. Y eso que muchos expertos en materia económica hablan de que el yuan está más cerca que nunca de recuperarse de los problemas que vivió hace unos meses.
Desde la época de Mao Zedong, el fundador de la República Popular que catalogó el juego como “un pasatiempo de millonarios”, no se vivía una caza de brujas de tal dimensión como la vista desde un tiempo hasta aquí. De nada ha servido que el país asiático muestre su extraordinaria cantera con las medallas de bronce de Feng Shanshan en la categoría femenina de los Juegos Olímpicos o la del combinado masculino compuesto por Ashun Wu y Haotong Li en el Campeonato del Mundo de noviembre disputado en Melbourne. Por el contrario, China ha preferido dar la espalda al Golf e incluso prohibió en 2015 a los más de 80 millones de afiliados al Partido Comunista inscribirse como miembros de cualquier campo.
Y lo publicado en las últimas horas por la agencia de noticias estatal Xinhua es la gota que colma el vaso. Edulcorado con una campaña dedicada a proteger los recursos de tierra y agua, los 176 campos en total que se verán afectados por las medidas de cierre se quedarán con un gran pedazo de tierra al que no le van a poder dar uso –y algunos de ellos ni siquiera eso, pues se les expropiará parte de su terreno-.
Acciones que no hacen otra cosa que revivir la dura pugna que se inició hace diez años, cuando se prohibió la construcción de nuevos campos, y que apenas tuvo seguimiento –los promotores disfrazaban los complejos de parques para obtener la autorización, y así se triplicaron las zonas de juego en solo una década-. Pero ahora parece que sí va en serio.