Se llama Dylan Reales, es argentino, tiene 10 años, y aunque ahora su presencia es habitual en el circuito junior de golf, sus comienzos en este deporte no fueron convencionales.
Dylan empezó a practicar el golf con un palo de escoba roto, golpeando frutas y verduras desechadas, así como paquetes de tabaco, de un mercadillo ambulante que se sitúa frente a su casa, en uno de los barrios más pobres de Buenos Aires, un distrito chabolista llamado Villa 31.
«Comencé a golpear todo lo que encontré en la calle», dice Reales, que ha progresado a pasos agigantados en pocos años.
Dylan llama la atención al empujar su carrito de golf a través de su barrio cuando va a entrenar al Campo de Golf de la Ciudad, donde este deporte es inaudito y a menudo se confunde con el polo, otro juego restringido en la práctica a la clase alta argentina.
«Lo primero que me gustaría hacer con el dinero que consiga a través de la práctica del golf es sacar a mi familia de la villa de emergencia», dijo. «Más que cualquier otra cosa, es lo que quiero. Es mi meta”, dice Dylan, cuyo ídolo es el número uno del circuito, Rory McIlroy. “Me gusta mucho”, señala el joven jugador, que añade que fue ver al norirlandés en televisión jugando lo que le llevó al golf. “Me gustó mucho, cómo golpea la pelota, el paisaje, la tranquilidad, todo en él”.