Si hablamos de flamenco debemos hablar sin ningún género de dudas de Andalucía. Y es que esta expresión artística bebe de un sentimiento que puede respirarse por los cuatro costados en el sur de España para transportarnos a un lugar mágico en el que la pena, la alegría, la tragedia, el regocijo o el temor se expresan al compás de una guitarra o de un cajón. Después de todo, Andalucía es la cuna de esta variante artística en la que la danza y el acompañamiento musical van de la mano para mostrar al mundo el Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad más característico de nuestro país.
Ya sea mediante el cante, el baile o el toque, el flamenco cuenta con una técnica compleja y su interpretación dista mucho si la realiza una mujer o un hombre. En el caso del baile, si lo realiza él lo hará con gran fuerza, recurriendo a sus pies como elemento de expresión narrativa; si es ella, los movimientos serán más elegantes. Acompañados de guitarras, castañuelas, palmas o taconazos, el flamenco es parte inseparable de Andalucía y desde hace muchos años se ha convertido en una seña de identidad de muchos grupos y comunidades.
“Es el Guadalquivir de la cultura andaluza, lo que nos identifica dentro y fuera de nuestras fronteras”, se recogía desde la propia Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico de la Junta de Andalucía en la candidatura dirigida a la UNESCO para ser incluida en la lista de Patrimonios Culturales Inmateriales de la Humanidad. Y no es para menos.
Forma parte de la industria cultural y del motor económico de toda una región, convirtiéndose con el paso de los años en un reclamo turístico para los miles y miles de visitantes que se encargan de cada año de viajar por tierra, mar y aire a lo largo y ancho de sus ocho provincias con el objetivo de conocer ese arte que ha trascendido al mundo y que se ha convertido en un icono de nuestro país fuera de nuestras fronteras.
*Contenido promocionado por la Empresa Pública para la Gestión del Turismo y del Deporte de Andalucía S.A.