El inglés James Morrison expuso 278 razones para ganar el Open de España 2015, 278 golpes a lo largo de las cuatro jornadas de competición que resultaron una propuesta inaccesible para el resto de sus cualificados y batalladores rivales, incluido un Miguel Ángel Jiménez que, segundo al final, convirtió su actuación en el RCG El Prat en el paradigma del espectáculo.
Bien es cierto, y así quedará para los anales de la historia, que James Morrison incluye su nombre en un lugar prestigioso y selecto, la peana de la copa del Open de España, esa que pueblan jugadores de pedigrí golfístico incontestable, pero también lo es que fue Miguel Ángel Jiménez quien acaparó la mayor parte de las miradas durante una ronda final para el recuerdo, compendio de tensión, emoción y espectáculo por parte del malagueño universal, un tipo genial que ha adquirido el privilegio –a base de trabajo y esfuerzo– de tomarse cada jornada de golf como una auténtica fiesta.
James Morrison, 278 razones para ganar el Open de España 2015 en el RCG El Prat, aplicó eficacia y sobriedad a todas sus acciones, sin duda el camino adecuado para acabar en lo más alto de la clasificación, pero fue Miguel Ángel Jiménez quien transmitió las mejores sensaciones y las mayores alegrías, una forma de encarar cada tee de salida, de dirigirse al público mediante una mirada y unos gestos cautivadores, de afrontar todos los hoyos con valentía, de responder a la devoción de su público con actitud torera, acariciándose la gorra cual montera, lo que acabó por generar una electrizante corriente de simpatía recompensada, además, por una más que meritoria segunda plaza.
“Me he dejado varios putt de 2-3 metros a lo largo de la vuelta”, reconoció con un toque la lástima quien siempre aspira a más y más, a alcanzar lo más alto, a luchar siempre hasta el último instante, ese jugador carismático que volvió a blandir el palo cual estoque y marcarse su particular baile ‘moonwalker‘ cuando, tocado por la varita mágica de los dioses, apuntó un extraordinario eagle en su tarjeta en el hoyo 5.
Embalado por esa maravillosa actitud ganadora, Miguel Ángel Jiménez volvió a arañar golpes al campo en el hoyo 6, en el 8, en el 12…, una carrera hacia el cielo que no fue más contundente porque la renta adquirida por James Morrison a primera hora de la mañana era excesivamente grande como para obrar el milagro.
De hecho, James Morrison, un jugador que acaba de construir en el RCG El Prat la mayor de sus hazañas, huérfano hasta el momento de títulos de relumbrón en su currículo –sólo el más modesto Open de Madeira 2010 figuraba en su cinturón de éxitos–, se limitó a ofrecer una actitud pulcra y académica durante la última ronda, una sucesión de pares, salpicada únicamente por dos birdies en los hoyos 5 y 9 y otro más en el 18 para la galería, que él mismo sabía que era una propuesta no muy agresiva pero más que suficiente para acabar en la entrega de premios elevando al cielo el trofeo de campeón.
Sus en apariencia verdaderos rivales a falta de 18 hoyos para la conclusión –su compatriota David Howell, el italiano Francesco Molinari, ganador de este Open de España en 2012; el argentino Emiliano Grillo; el sudafricano Darren Fichardt– fueron sucesivas víctimas de sus propios errores, una actitud vacilante aprovechada al máximo por Miguel Ángel Jiménez para convertirse, una vez más, en protagonista estelar de una fiesta que precisa de talantes, disposiciones y actitudes tan osadas, audaces y atrevidas como las que siempre ofrece el inigualable MAJ.
También lo reflejaron, aunque un poco más atrás en la clasificación, otros golfistas españoles con rendimiento loable, caso de José Manuel Lara, Jorge Campillo y Eduardo de la Riva, empatados en la séptima plaza los dos primeros, noveno el último de ellos.
El valenciano, enrabietado por su propio éxito –un buen puesto que le permite de nuevo mirar al golf de frente y afrontar retos a la altura de su indudable calidad– se marcó un 66 final que constituyó la segunda mejor marca de la última ronda, fulgurante propuesta que contrastó con otra igualmente plausible, regularidad por bandera –una vuelta de 74 y tres de 70– de Jorge Campillo, mientras que Eduardo de la Riva, ídolo local, alternó todo tipo de experiencias (66, 77, 74 y 68) para distinguirse asimismo como hombre Top 10 dentro del torneo.
Todos ellos miraron al final como James Morrison recogía el trofeo de ganador y exhibía sonrisa de oreja a oreja, pero era Miguel Ángel Jiménez, en esa misma entrega de premios, quien acaparaba la mayor de las ovaciones. Cosas de actitudes toreras, de miradas y gestos cautivadores, de tomarse el golf como una auténtica fiesta.