El australiano vivió el domingo un sueño hecho realidad. Sus lágrimas denotaban satisfacción y, al mismo tiempo, gratitud. Gratitud con su mujer, con su hijo pero, sobre todo, con Colin Swatton, su caddie. Él es más que un ayudante en la vida de Day. Es un confidente, un amigo.
Desde su primer encuentro en Kooralbyn, escuela de golf a la que la madre del golfista le envió cuando juntó un poco de dinero, podía sentirse que había una conexión especial entre ambos. Así, Swatton pasó de ser el profesor de Jason Day a convertirse en lo que es hoy en cuanto el oceánico dio el paso a la profesionalidad, una carrera que ha tenido su apogeo con la victoria conseguida en el PGA Championship el pasado fin de semana.
No ha sido un camino fácil para Day, que desde pequeño tuvo que luchar contra las adversidades. Hijo de madre filipina y padre australiano, el pequeño Jason vio como el cáncer le arrebataba a su padre cuando sólo era un niño. Desde ese momento, las peleas contra otros jóvenes, el alcohol y los disgustos a su madre fueron la tónica habitual durante unos años. Hasta que el golf y, en especial, Colin Swatton llegaron a su vida.
“Él me cogió siendo un joven problemático que siempre andaba metido en líos y me ha convertido en un campeón de Major. Pocos entrenadores pueden decir eso en el mundo del deporte”, comentó Day en una entrevista posterior a su triunfo, que quedará grabado para la posteridad con sus lágrimas en el 18.
“En ese momento me sobrevino todo de repente. Me acordé de mi madre, que rehipotecó la casa y pidió dinero prestado a mis tíos sólo por sacarme del ambiente en el que vivíamos. También recordé que no teníamos dinero y que segábamos la hierba del jardín con un cuchillo porque no podíamos permitirnos un cortador de césped; como tampoco podíamos comprar un calentador, y era mi madre la que calentaba el agua cazo a cazo”, reconocía un emocionado Day.
El aussie había firmado diez Top 10 en sus anteriores 19 apariciones en un Grande, entre los que destacan tres subcampeonatos, un tercer puesto y dos cuartas posiciones. A la vigésima llegó la vencida. Aunque para ello ha tenido que sufrir lo indecible, incluyendo un proceso de vértigo durante el US Open que le dejó fuera de los campos de golf durante varias semanas, y algunas derrotas dolorosas, como la vivida en St. Andrews, donde un putt le privó de disputar el PlayOff.
“Algo dentro de mí hizo un click desde aquel día y he estado sereno desde entonces. La capacidad para mantener la concentración ha sido la que me ha conducido al éxito. Pero esto no lo podía haber conseguido sin la ayuda de los míos”. Al fin, la vida le devuelve la sonrisa al oceánico.