Después de leer esta historia volverás a creer en el poder de seducción que posee una nota escrita a mano. Se trata de una historia de amor, pero no de una aventura romántica al uso entre un hombre y una mujer. Nada de eso. Estamos hablando de una bonita relación de amistad entre un golfista y su caddie. A fin de cuentas, un jugador profesional pasa una amplia mayoría de fines de semana fuera de su casa, y su caddie acaba convirtiéndose en más que un ayudante. Un confidente. Un amigo. Phil Mickelson y Jim “Bones” Mackay, una relación que se fraguó hace más de veinte años y que tiene visos de perdurar en el tiempo. Y todo empezó con una simple nota manuscrita.
Según publica la periodista del New York Times Karen Crouse, en 1992 el entrenador de Mickelson en Arizona State, Steve Loy, estaba buscando recomendaciones para conseguir un caddie para el golfista californiano, que por aquel entonces estaba a punto de convertirse en profesional. Y en ese momento apareció Mackay, que estaba trabajando para otro golfista, y el entrenador y el caddie comenzaron a hablar. “Mackay le recomendó algunos candidatos, describiendo sus puntos fuertes, pero tuvo que interrumpir la conversación porque su jugador apareció. Fue entonces cuando el caddie le escribió una nota a Loy disculpándose por la prisa e incluyó su número de teléfono por si tenía más preguntas”, afirma Crouse.
Mickelson leyó la carta, y fue como un flechazo a primera vista. “En ese mismo momento le dijo a Loy que lo quería como caddie”, sentencia la periodista americana. Cuando Mickelson inicia su andadura en el PGA Tour en 1992 Mackay ya está a su lado. Desde entonces, el golfista americano se ha embolsado más de 75 millones de dólares en el PGA Tour. Si a estas ganancias le aplicamos el mínimo que se puede haber llevado Mackay –el 7 por ciento, aunque seguro que es más– estamos hablando de 5.250.000 dólares para el caddie. Al final la nota le salió rentable.