Rory McIlroy se ha ganado el derecho por méritos propios a ser considerado uno de los golfistas más grandes de los últimos tiempos. Tan solo Augusta se le resiste para completar el póker de majors y ser recibido con los brazos abiertos en el olimpo de este deporte.
Pero la leyenda del norirlandés se remonta más allá de enero de 2009 –cuando consiguió el triunfo en el Dubai Desert Classic, su primer torneo como profesional–. Hay que irse al año 1998.
Rory acababa de proclamarse campeón en el Doral-Publix Junior Golf Classic de Florida y, en una impresionante demostración de ambición y valentía, escribió una carta a su héroe de la infancia Tiger Woods para informarle de su gesta y hacerle saber que aquel niño de nueve tenía la intención de, algún día, darle caza.
“Voy a ir a buscarte. Este es el comienzo”, eran algunas de las frases que contenía la misiva de Rory, según ha confirmado Brian McIlroy, tío y padrino del golfista. El entrenador del jugador británico, Michael Bannon, también da fe de su carácter competitivo y afirmó que McIlroy ya estaba lleno de confianza pese a su temprana edad. “Aunque tenía 9 años ya apuntaba maneras de lo que podía llegar a ser. Tenía un gran repertorio de golpes y le gustaba enseñárselos a la gente. No tenía ningún reparo en competir contra personas adultas”.
El actual número uno mundial nunca ha sentido el golf como una obligación, sino como un pasatiempo. Eso, afirma, “es una de la clave de los éxitos deportivos”. “Durante toda mi vida he tenido la suerte de no verme obligado a hacer esto, porque este camino lo he elegido yo. Entrar en un campo de golf me permite olvidarme de todo lo que me rodea. Es el ambiente donde me siento más cómodo. Y eso me lleva ocurriendo desde que era un niño”, comenta el deportista. A día de hoy, 17 años después, Rory está donde quería estar. El que avisa no es traidor.