A estas alturas es por todos conocida la conmovedora biografía de Erik Compton, el primer golfista de la historia que ha sido capaz de competir al máximo nivel habiendo sufrido dos trasplantes de corazón a sus 35 años. Actualmente ocupa el puesto número 115 del mundo, pero eso es lo de menos.
La pasada semana, días antes del comienzo del Memorial Tournament, torneo en el que compitió, se escribió una página más en tan emocionante vida. Y todo ello fruto de la casualidad. Podríamos afirmar que esta narración porta el sello inconfundible del destino.
Parecía una velada normal en Tucci’s, el restaurante italiano situado en Dublin (Ohio) donde año tras año, desde que compite en Muirfield Village, Compton tiene la tradición de cenar un par de días antes del campeonato. Buena comida y buena bebida en compañía de su agente, con quien discutía las posibilidades de hacer saltar la sorpresa en el evento del “Oso Dorado”. De pronto, la camarera comenzó a entablar conversación con ellos. Era una mujer simpática y enseguida hubo feeling entre los tres.
Fue entonces cuando comenzaron las preguntas de rigor: ¿Cómo os llamáis? ¿Qué os trae por Ohio? ¿A qué os dedicáis? El manager del último subcampeón del US Open no tuvo otra opción que contestar a todas y cada una de las cuestiones que le iba presentando la joven. Él comentó que su acompañante era Erik Compton, un golfista profesional que nació en Miami un 11 de noviembre de 1979 con un problema cardíaco grave, lo que le condujo a un trasplante de corazón a los 12 años.
Cuando todos sus problemas de salud parecían resueltos se encontró con el mazazo de un infarto en 2008, que le tuvo al borde de la muerte y que, si no llega a ser por un nuevo trasplante, no estaría en ese mismo instante en la mesa.
La camarera se mostró impresionada por la entereza del atleta y les contó su historia personal con los trasplantes. Habló de su sobrino, que falleció hacía ocho años de edad en un accidente de moto, y del que donaron, precisamente, su corazón.
La curiosidad le comenzaba a picar a Compton y le preguntó por el nombre de su sobrino. Ella respondió. El deportista norteamericano no daba crédito a lo que acababa de escuchar. El sobrino de esta camarera que acababa de conocer apenas unos minutos antes le había salvado la vida. Ambos lloraron desconsoladamente. “El mundo es un pañuelo”, pensaron.