Todos hemos escuchado alguna historia sobre una bola perdida que impacta sobre alguien en un campo de golf –no hay más que ver el bolazo de la semana pasada de Steven Bowditch en el Australian Masters para darse cuenta de lo que estamos hablando-. Estas anécdotas, a menudo, suelen resultar hasta graciosas –salvo para el que lo sufre, claro está-, pero en esta ocasión es raro que no se le ponga a uno la piel de gallina al escucharlo.
El protagonista de la noticia es Ty Howard, un joven norteamericano de 18 años de edad procedente de Buckeye (Arizona) que el pasado 13 de agosto fue a disfrutar del golf con unos amigos al Pheasant Run Golf Course de Lagrange (Ohio). Tras un primer hoyo sin incidentes en el que Ty se había impuesto a sus compañeros de partido, llegaron al segundo. Ty golpeó y sentó en uno de los carritos de golf a esperar que el resto de sus amigos hiciera el golpe de salida. Y fue entonces cuando sucedió.
Uno de sus compañeros impactó a la bola con tanto infortunio que, tras rebotar en uno de los carros que se encontraban aparcados cerca del tee de salida, fue a parar a la cabeza de Ty. “Sentí como si un tren me hubiese arrollado”, recuerda ahora el joven.
Sus amigos, asustados, llamaron sin dudar al 911, y este gesto probablemente le salvó la vida. Fue llevado al Centro Médico de Elyria y el diagnóstico fue claro: conmoción cerebral. El fuerte impacto hizo que partes del cráneo se desprendieran y causaran una hemorragia cerebral, con lo que era necesario operar de urgencia. “Es la peor llamada telefónica que pueden hacerte en tu vida. Me sentí como si formara parte de una serie de televisión”, afirma Chris Howard, el padre de Ty.
Por fortuna, la operación marchó bien y ahora, tres meses después de lo ocurrido, Ty está totalmente recuperado y listo para iniciar la universidad en enero. Quiere seguir jugando al golf, pero eso sí, asegura que ahora se mantendrá a cierta distancia de los jugadores cuando estén golpeando la pelota.