Quizá recuerden el nombre de Glenn Berger, un norteamericano que se ha hecho famoso en los Estados Unidos por zambullirse en los diferentes lagos y obstáculos acuáticos de los campos de golf de su país para recuperar las bolas perdidas por los jugadores.
Lo empezó haciendo como hobbie, pero al cabo de un tiempo comenzó a vislumbrar que esta profesión tenía futuro y comenzó a meterse todos los días en su traje de neopreno con la intención de hallar cuantas más pelotas mejor.
¿La razón? Estas pelotas, una vez limpiadas y tratadas, las vuelve a vender a los distintos campos. Se trata de un precio simbólico, algo menos de un dólar. Pero, ¿y si les digo que en los 14 años que lleva buceando ha obtenido la friolera de 15 millones de dólares haciendo esto? O lo que es lo mismo, ¡13 millones de euros! ¿Quién le iba a decir a Berger que se iba a hacer millonario haciendo esto?
Probablemente nadie. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. “Es un trabajo muy duro, que no se engañe la gente”, ha declarado en una de sus últimas entrevistas al USA Today. “Hay muchas personas a las que les da pavor nadar por sitios y que por debajo le estén pasando animales de todo tipo. Esto es exactamente lo que hago yo, con la diferencia de que no suelo ver nada por la cantidad de barro y suciedad que se acumula en los lagos”.
“Tortugas, serpientes, cocodrilos… Son pocos los animales marinos con los que no me haya encontrado durante este tiempo”, bromea Berger, que comentó lo que podía ser un día de su vida laboral.
“Suelo ir pronto a los campos de golf. Allí suelo buscar por fuera antes de zambullirme. Recojo todas las que puedo y entonces voy al lago. El agua es lo más apasionante, en 14 años he podido encontrar desde mesas hasta carros de golf, pasando por cortacésped. Cuando he recogido suficientes salgo del agua y meto todas las pelotas en un compuesto químico para limpiarlas. Una vez limpias las seco y acudo a venderlas. Puede parecer un trabajo agotador, pero créanme, lo más difícil son las negociaciones para obtener los derechos en exclusiva para hacer esto en un campo”.
Y es que las cuentas son claras. Con 1,7 millones de visitantes que puede recibir al año cada uno de los campos de golf que frecuenta, sería raro que cada uno de estos golfistas no mandara, aunque fuera, una bola al agua durante toda su estancia en el complejo. Es un negocio redondo.