Fishers Island es una pequeña localidad estadounidense ubicada en el condado de Suffolk, en el estado de Nueva York. A pesar de su corto tamaño -10,9 kilómetros cuadrados, de los cuales 0,4 son agua- y de su bajo número de habitantes –en el año 2000 el censo norteamericano cifraba su población en 289 personas- posee uno de los mejores campos de golf, según una lista publicada recientemente por GolfDigest. Pues bien, hace unos días ocurrió una de esas historias que parece que sólo pasen en las películas, con final feliz incluido.
El protagonista de la misma es Peter Masters, un hombre que fue invitado a participar en un torneo en el Fishers Island Club gracias a un evento benéfico –es la única manera de la que se puede ir a jugar allí, con una invitación-. Y allí estaba Masters, esperando de buena mañana al ferry que debía conducirle, junto a otras 80 personas, a su Ítaca particular. Un viaje de corta duración, todo sea dicho. Al llegar, el desayuno les estaba esperando en Casa Club, y allí es donde se dirigieron.
Peter Masters compartió mesa con su hermano y mientras ambos reponían fuerzas en el club, un empleado se acercó a ellos. “¿Alguno de ustedes es el señor Masters?”, preguntó. Ambos, al unísono, afirmaron con la cabeza. “Intentaré ser más preciso, ¿alguno es zurdo?”, volvió a preguntar. Nuevamente, los dos dijeron un tibio “sí”. “Está bien –ya no quiso seguir más con un interrogatorio que no estaba conduciendo a ningún lado-, el tema es que mientras que los palos estaban en el muelle una bolsa ha caído al agua y creemos que es de uno de ustedes”.
Peter pensó que era una broma, pero cuando vio la escena se le quitó la sonrisa de la cara. Ahí estaba su bolsa, completamente empapada y con sólo cinco palos dentro de ella.
“Mi hermano se volvió hacia mí con cara de ?uf, menos mal que no han sido los míos?. Era casi imposible conseguir en tan poco tiempo unos palos para zurdos”, afirmó Peter, que se marchó hacia los muelles para tratar de encontrar una explicación a lo que acababa de ocurrir. “Quería ver cómo había podido suceder todo esto. Es por eso que di un paseo en carro para ver de nuevo la escena del crimen”.
Cuando llegó no podía creer lo que veían sus ojos. Uno de los asistentes del club de golf, enfundado con la máscara y las aletas, subía del agua con los palos de Peter en la mano. “Me sentí en la obligación de ayudarlo, era lo menos que podía hacer por un compañero zurdo”, afirmó Oliver Jones, que ganó sin lugar a dudas unos cuantos votos para la votación de empleado del año.
Cerca de los muelles hay una profundidad de unos cuatro metros, con una visibilidad prácticamente nula. Sin embargo, Oliver se zambulló hasta en seis ocasiones para encontrar los nueve palos que Peter había perdido.
“Fue un servicio increíble”, aseguró Peter Masters. Es lo menos que podía decirle de estas horas extra.