Muchos podrían pensar que su no designación como jugador podría hacer mella en su ya complicado carácter, que podría volverse un poco más huraño y que su fama en Estados Unidos hablaría por él. Pero no fue así. Bubba Watson encajó a las mil maravillas en el equipo que capitanea Davis Love III y fue el hombro en el que algunos golfistas se apoyaron para poder sacar adelante la Ryder Cup para los intereses norteamericanos. El jugador de PING, que pese a encontrarse en el número 7 del mundo no fue tenido en cuenta para ser parte de los doce, insistió en que quería estar presente en Hazeltine. Y ahora, solo unas horas después de recuperar el trono ante el viejo continente, ha explicado el porqué.
“El último evento que pudo ver mi padre fue la Ryder Cup de 2010. Nueve días después, falleció. Fue la última vez que me vio jugar. Estaba en un hospital con un montón de vías y diferentes aparatos para mantener la respiración solo por ver a su hijo”, explicó emocionado el jugador de Florida en una entrevista posterior concedida a la NBC. “Mis dos grandes sueños que siempre he querido llevar a cabo en el golf son: ser parte del salón de la fama y poder convertirme en uno de los capitanes en la Ryder Cup. Hoy creo más que nunca que ser capitán es otra forma de estar en el salón de la fama”, admitió.
Bubba Watson ha tenido una temporada gris. Su clasificación para los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro fue un atisbo de luz en un curso sombrío, una luz que ha tenido que esperar hasta octubre para que brillara todavía más. “Esto es lo más grande que he hecho en el golf. Fue un sueño hecho realidad para mí. Todos estos días con los chicos han sido increíbles y me siento muy orgulloso de haber sido parte de este equipo”, sentenció. Y es que poco importan dos Chaquetas Verdes, nueve victorias en el PGA y casi 36 millones de dólares en premios cuando tienes frente a ti la Ryder. Esto es otra historia.