Pongámonos en situación. Aparece el sol el viernes 6 de abril en el Augusta National. Estaba a punto de comenzar la segunda jornada del primer Grande del año y en las gradas se seguía comentando lo que acababa de ocurrir hacía unas horas con el vigente campeón Sergio García como protagonista, que prácticamente se había quedado sin opciones de avanzar al fin de semana después de firmar un 13 -cinco bolas al agua incluidas- en el hoyo 15. En esos momentos Johnny Pruitt, un aficionado, acababa de llegar a la duodécima bandera con su silla para disfrutar de un gran día de Golf desde un sitio privilegiado del Amen Córner.
Sin embargo, todo se iba a torcer en un abrir y cerrar de ojos mientras tenía una conversación con un amigo: “Estaba hablando y él me recuerda que, en ese momento, empecé a murmurar mis palabras”, recuerda el propio Pruitt. “Comencé a tropezar y me paré en seco. Y lo siguiente que pasó es que me caí hacia atrás, como si fuera un árbol”, confesó. Pruitt estaba sufriendo un infarto de miocardio. La suerte que tuvo es que en ese momento se encontraba en las inmediaciones el doctor Mike Farrell, un gastroenterólogo que paseaba por el histórico complejo de Georgia.
“Saltó sobre mí y me empezó a hacer la reanimación cardiopulmonar. Enseguida gritó que necesitaba asistencia médica”, comento Pruitt, en uno de los episodios más complicados que recuerda. En ese momento llegó un carrito y lo cargaron en la parte de atrás para llevarlo a la carpa de emergencias, pero el doctor estaba preocupado porque Pruitt no sobreviviera tanto tiempo. “Se subió conmigo y estuvo todo el trayecto haciendo la reanimación, tratando de mantener los pulmones y la sangre en movimiento y utilizando un respirador para darme algo de oxígeno”. Tardaron unos 20-25 minutos en llegar a la carpa. Pruitt no tenía pulso en ese momento. “Me dicen que en ese momento me estaba poniendo azul”, recuerda.
Por suerte, en la carpa utilizaron un desfibrilador externo automatizado (DEA) y consiguieron reanimarle para llevarlo posteriormente al Medical College de Georgia, donde se recuperó favorablemente. Una historia que le sirvió al doctor Farrell para escribir una extensa carta a Fred Ridley, presidente del Augusta National, en la que le solicitaba que, dada la prohibición de utilizar los teléfonos móviles en el complejo, todos los carritos incorporaran un DEA. Y es que esto podría ser la diferencia entre vivir o morir después de un paro cardíaco, donde cada minuto cuenta. Una carta que recibió la respuesta de Ridley.
“Gracias por sus sugerencias sobre nuestros procedimientos en situaciones como ésta. Nos esforzamos por mejorar en todas las áreas que pueden afectar a cualquier persona y puedo asegurarle que nuestros procedimientos serán revisados a la luz de lo ocurrido«, escribió. Un detalle que puede ayudar a salvar vidas.