Cualquiera que ganara un millón cien mil dólares disputando un torneo estaría alegre por ello y todos sus comentarios estarían relacionados con esta proeza. Sin embargo, a la nueva hornada de rookies, que está poniendo patas arriba este inicio de temporada en el PGA Tour, le atrae más otro tipo de privilegios como, por ejemplo, tener el honor de disputar el próximo Masters de Augusta.
Y es que es el Grande con letras mayúsculas. Todos los que se preparan para ser en un futuro golfistas sueñan alguna vez con el momento de ganar este campeonato. Los niños se preparan para conseguir la Chaqueta Verde, no para lograr un millón de dólares en cualquier otro torneo.
Esta es la idea que desprende Emiliano Grillo –hasta el Frys.com Open llevaba algo menos de 400.000$ en premios durante su carrera-, que se convirtió hace dos semanas en el primer campeón del curso en el Silverado de Napa (California). “Jugar el Masters de Augusta lo es todo”, afirmó el argentino el día que confirmó su presencia en el primer Grande del año. “Todavía no me puedo creer que vaya a estar junto a los mejores en abril. Es escuchar la palabra Masters y no puedo evitar repetirla en mi cabeza”.
Pero lo que le ocurrió a Grillo no es un hecho aislado, porque esta semana le sucedió lo mismo a Smylie Kaufman –que apenas contaba en su trayectoria con siete mil dólares en premios-, el joven golfista de Birmingham (Alabama) que se alzó con su primer triunfo en su segundo torneo en el circuito norteamericano. “No puedo creerlo, es algo fantástico. Si alguien me llega a decir que a finales de semana iba a estar clasificado para jugar en el Augusta National no le habría creído”, balbuceó el golfista estadounidense.
Son millonarios instantáneos que actúan como niños pequeños al ver cumplidos los sueños de su infancia. No se habló de los dos años de excepción en el PGA Tour, tampoco de lo que supondrá el triunfo logrado estas pasadas semanas sobre la marca personal de cada uno, ¡ni siquiera de lo que podrían comprar con el millón de dólares ganado! Sólo apareció en las conversaciones Augusta y la inmortalidad deportiva que ofrece a los ganadores. Un privilegio que muy pocos consiguen.