Un putt de 2,7 metros le separaba de la victoria. Tras 71 hoyos y un -11 en la tarjeta se encontraba ante el golpe decisivo -ya no solo de la semana, sino de la presente temporada-. De nada servía el esfuerzo titánico de días atrás si no embocaba el birdie en el par 5 del 18 de este TPC San Antonio. Fue entonces cuando Charley Hoffman (-12) colocó su putter en la hierba, giró suavemente los hombros y deslizó el palo hasta impactar con la bola. La pelota giró y mansamente se alojó en el agujero.
Ya estaba hecho. La victoria era suya. Tras año y medio de sequía –no lograba un triunfo desde que venciera en el OHL Classic at Mayakoba de 2014- el jugador de San Diego (California) volvía a la senda correcta. Él se dio cuenta. Levantó el puño y se abrazó a su caddie. Era el mejor final para un torneo en el que fue el paradigma de la regularidad.
El -6 que firmó en sus primeros 18 hoyos dio una muestra de lo que había venido a hacer al Valero Texas Open: ganar y convencer. Y eso mismo fue repitiendo con el paso de las jornadas. De nada sirvió que Brendan Steele (-7) comenzara como un tiro ni que en la última ronda Patrick Reed (-11) le discutiera el título hasta el último hoyo. Hoffman venció a la climatología –la ronda dominical se desarrolló con la amenaza constante de lluvia-, a sus rivales y, sobre todo, al extraordinario complejo donde se enclava este Valero Texas Open.
Junto a sus compatriotas Kevin Chappell (-9) y Martin Piller (-9) fue el único que acabó bajo par todas las rondas de la semana y durante el último día mantuvo la calma pese al acoso constante de sus rivales. Un triunfo que, además del millón cien mil dólares de premio, trae consigo algo más: el ascenso hasta el puesto número 74 en la carrera hacia la FedEx Cup, una posición que le lleva a soñar, en estos momentos, con estar presente en los torneos finales del curso. Ahora llega lo más difícil: afianzar hasta septiembre lo logrado.