Hay épocas en las que no sale nada y, por mucho que se intente, siguen sin salir las cosas. Y más en el Golf, un deporte que ya hemos dicho en muchas ocasiones que tiene mucho de mental. El más claro ejemplo lo podemos ver estos días en la figura de Jason Day, aquel jugador que deslumbró al mundo con seis victorias en nueve meses –PGA Championship incluido- y que llegó a ocupar durante casi un año el número 1 del mundo.
Su último triunfo llegó en el Players de mayo de 2016 y desde aquí su trayectoria deportiva ha perdido enteros hasta ocupar en la actualidad el número 12 del mundo. Lesiones, cambios de patrocinador y discretas actuaciones han sido la tónica dominante este 2017 para el aussie. Pero este domingo tenía la oportunidad de redimirse en casa, en el Open de Australia sobre la hierba del Australian Golf Club de Rosebery.
Day salía en el último turno del día, líder, con el apoyo del público… Pero ni por esas. Las grandes sensaciones que había dado en los tres días anteriores, en los que había bajado de los 70 impactos para un total de diez bajo par, se evaporaron. Y eso que empezó muy bien, con un birdie en la primera bandera del día que le hizo aumentar la ventaja. Pero entonces llegaron los problemas, y los bogeys del 3, el 11 y el 13 y el dolorosísimo doblebogey del 9 le dieron la puntilla.
De nada sirvió el excelente eagle en el 14. Day terminó la vuelta con dos golpes por encima del par para descender a la quinta posición en solitario, a tres impactos del jovencísimo Cameron Davis, quien sorprendió a todos para llevarse el título por delante de su compatriota Matt Jones y del sueco Jonas Blixt. Y es que a perro flaco todo son pulgas, que dice el refranero español. Esperemos que su suerte cambie en 2018 y podamos volverle a ver entre los mejores.