El pasado domingo se reunieron en la misma partida sobre la hierba del Augusta National dos formas completamente diferentes de entender el Golf: en un lado del cuadrilátero, con su característica boina calada, Bryson DeChambeau; en el otro, un sempiterno de este deporte como Bernhard Langer, que ya contaba en su palmarés con dos Chaquetas Verdes y una treintena de triunfos en el European Tour antes de que el norteamericano naciera. La fuerza bruta y la elegancia, frente a frente, en unos pocos metros.
Un duelo en el que ambos jugadores sabían de antemano que no iban a poder luchar por la victoria, pero con el que los espectadores vibraron desde casa. Y es que hacía tiempo que no veíamos un envite tan desigual en la potencia que nos proporcionara tanta expectación. El jugador que más largo va de todo el mundo profesional contra el que, casi con total seguridad, más corto iba de entre los 60 que consiguieron acceder al fin de semana. Y, sin embargo, poco importó la fuerza en este uno contra uno y David venció a Goliat.
El alemán entregó una cartulina con 71 golpes, uno por debajo del par, por los 73 presentados por el actual número 7 del planeta. Lo hizo, además, sin estridencias. Consciente de que su juego no era el de intentar pisarle la bola al americano -a pesar de que, en la primera bandera del día, la del hoyo 10, lo hizo-, sino el de ir asegurando los golpes en la calle y posicionare mejor a la hora de afrontar las banderas. Porque el que es bueno en esto puede suplir el vigor de la juventud con inteligencia. Y Langer no tuvo rival aquí.
De esta manera, el teutón se apuntó en la cartulina cuatro birdies y tres bogeys por el eagle, los dos birdies, tres bogeys y el doblebogey del golfista de Florida. Y todo ello con una diferencia total de golpes desde el tee de 768 yardas o, lo que es lo mismo, 702 metros. Una prueba más de que el músculo más potente para practicar este deporte se aloja en nuestra cabeza.