Con 14 triunfos en la gira del viejo continente y dos en el PGA Tour, el nombre de José María Olazábal comenzaba a despuntar como el de un digno sucesor de Seve Ballesteros. Su clase, perseverancia y unas manos de otro planeta le daban anualmente la vitola de favorito en Augusta, aunque nunca logró prodigarse en el torneo de Georgia… hasta el año 1994. Fue ahí donde el estatus del guipuzcoano cambió por completo tras un torneo que contó con emoción hasta los últimos hoyos del domingo.
Y eso que no lo empezó muy bien. Al término de la primera ronda era su amigo Seve Ballesteros el que ocupaba uno de los primeros lugares de la clasificación con una tarjeta de 70 golpes -dos sobre el par-. Pero el de Hondarribia se sacó de la chistera dos rondas consecutivas por debajo de los 70 impactos –67 y 69 golpes- para llegar al último día con posibilidades reales de darle otra Chaqueta a España tras descolgarse el cántabro.
Y vaya si lo hizo. Un eagle, dos birdies y un solitario bogey fueron suficientes para que el joven jugador vasco aventajara en dos impactos a Lehman, que se adentró en el 18 con la obligación de tener que conseguir un birdie para enviar el campeonato al PlayOff. No lo logró y el bogey le sirvió en bandeja el triunfo a Olazábal, que en una imagen imborrable recibió la ansiada Chaqueta Verde de las manos del alemán Bernhard Langer.