A estas alturas de la película no sería descabellado definir la temporada de Rory McIlroy como un fracaso. Y es que, aunque todavía quedan en juego dos Majors, además de la Race to Dubai y la FedEx Cup –donde recordemos que es el campeón defensor-, apenas hemos podido ver en acción al jugador norirlandés –y cuando lo hemos visto nos hubiese salido más a cuenta no hacerlo-. A las dolencias en las costillas que le mantuvieron en el dique seco unas cuantas semanas a comienzos de año hay que añadir la boda y el cambio de equipo, un maremágnum de circunstancias que podrían hacer de 2017 su primer curso sin títulos desde 2010.
No hay más que ver sus tres últimas apariciones entre el circuito europeo y el estadounidense –US Open, Travelers y el Open de Irlanda– para darse cuenta de que algo no carbura bien en su juego. De estos tres eventos, dos se saldaron antes de tiempo al no poder superar el corte y solo en el Travelers con un T17 pudo salvar los muebles –eso sí, gracias a un último día espectacular-. De hecho, la jornada de domingo vivida en ese torneo le hizo tomar moral de cara a “su” torneo, pero todo se vino abajo.
Sin embargo, el propio Rory no parece demasiado preocupado por cómo están yendo las cosas porque, según él, se encuentra mucho más cerca de lo que la gente cree de reencontrarse con ese jugador que ha maravillado al mundo los últimos años. “Es difícil sentarse una y otra vez frente a una cámara para decirles que estoy muy cerca, porque suena un poco a disco rayado. Pero es así”, comentó el europeo en la conferencia precia al Open de Escocia que ha echado a andar hace unas horas.
Un torneo en el que tendrá una nueva oportunidad de quitarse de encima ese lastre de resultados que le van a perseguir hasta el Open, donde está situado como uno de los grandes favoritos al triunfo. En el Dundonald Links, tendrá de acompañantes a Henrik Stenson y a Rickie Fowler durante los dos primeros días.