Admito mi debilidad por Rory McIlroy. Me gusta su “swing”, la disposición competitiva y su dominio de los 14 palos. Desde la exhibición que ofreció en el último Open USA me ganó para su causa. Quedé convencido de que el muchacho de los rizos y las pecas estaba llamado a llevar en la espalda, más temprano que tarde, el dorsal nº 1 del golf mundial.
La verdad es que la predicción ya la hizo Emilio Botín mucho antes y desde su despacho del Banco de Santander, con quien el norirlandés tiene un importante acuerdo de patrocinio. Así que, visto en perspectiva, llegué tarde en el vaticinio. Quizá por eso, al Santander le va tan bien y a mí…, pues me va como me va.
De este muchacho recuerdo cómo hace cuatro años, él aún adolescente, se enroló en el Tour y en la dinámica de un mundo de adultos. Jugaba la primera ronda del Open de Andalucía, en Marbella.
Rory, con 18 años, desayunaba en el hotel con Holly, entonces su novia, una chavala rubia y en chanclas que no llegaba a los 16.
La pareja, encantadora, hubiera pasado inadvertida de no ser porque, a su alrededor, todos los detalles estaban preparados para señores y señoras ya maduros: diarios de la mañana, charlas reposadas, ademanes refinados, arrugas, colonias, afeites y, la verdad, aburrimiento en general.
Pero allí estaba Rory, en aquella sala lujosa de ‘breakfast’. Un muermo para cualquier joven de su edad. Pero él miraba más allá. Como hizo Seve en su momento. Rory tenía claro que ese era el peaje para una juventud, la suya, distinta. El objetivo era alcanzar su proyecto: ganarse la vida con el golf, progresar y, por qué no, llegar a ser el mejor.
La pareja, por cierto, fracasó en su amorío poco antes de que Rory atravesara el umbral del citado Open USA del pasado año. Una pena. Él le iba a buscar al instituto en su cochazo BMW recién comprado, gracias a su facilidad para embocar la pelotita en muy pocos golpes.
Esa facilidad le llevará al número uno, no tengo dudas, en cuanto se alineen correctamente algunas estrellas y no aparezcan golfistas con desparpajo como Hunter Mahan, otro “crack” del cuarteto de chicos norteamericanos llamados ’Golf Boys’, con Ben Crane, Ricky Fowler y Bubba Watson.
Y ya se sabe que entre ‘craks’ la victoria es una lotería, aunque el agraciado siempre es el golf en general.
Autor: Toni Tomas Redactor Agencia EFE