En estos tiempos tan amargos que nos regala la segunda década del siglo XXI hubo un hecho significativo, pero que parece haber quedado insignificante, durante el WGC Cadillac Championship. El torneo nos ha devuelto el rostro triunfante de Tiger Woods, el jugador más sobresaliente de los últimos 20 años. Cifras, registros, cheques… Nos maravillamos con la gesta. Me encanta Tiger Woods y su forma de entender el juego y el deporte.
A pesar de todo este aparataje de luces de neón, que tanto gusta en esta sociedad moderna de usar y tirar, de arrimarse al poderoso, reír las graciejas del jefe y aplaudir al campeón, hubo un detalle que en particular me llamó poderosamente la atención, y que me gustaría resaltar por ir tan en contra de la idea actual de no dar nada sin recibir algo a cambio.
«Gracias, amigo». Fue lo que dijo Tiger Woods ante las cámaras al poco de ganar el Cadillac y en referencia a Steve Stricker, al final el segundo clasificado. La razón de su agradecimiento fue la clave de su victoria: Steve, uno de los mejores ‘pateadores’ del PGA Tour, leyó la cartilla al segundo mejor jugador del planeta, le corrigió algunos defectos y le dio pautas para meter los ‘putts’ los días previos al torneo en el Doral.
Tiger, en una de sus mejores actuaciones en los ‘greens’ hasta el domingo, batió su propio récord con 74 toques después de 54 hoyos. Una barbaridad.
Stricker, al final, perdió por dos golpes ante Tiger. Cosas de la vida. Probablemente, sin esos consejos, Tiger no habría ganado. Al fin, sabemos que el ‘putt’ es crucial para levantar trofeos.
Para que digan que el golf no es de caballeros. Steve, además, hizo una loable exaltación a la amistad. Filantropía pura y amor al golf. Sí señor. Una buena bofetada en la cara a los que van por el mundo instrumentalizando al personal.
Autor: Toni Tomas Redactor Agencia EFE