¡Oh excelso muro, oh torres coronadas de honor, de majestad, de gallardía! ¡Oh gran río, gran rey de Andalucía, de arenas nobles, ya que no doradas! Solo unos breves versos del poema que le dedicó Luis de Góngora a su ciudad natal serían capaces de describirnos a la perfección la atmósfera mágica de la que bebe Córdoba, una urbe que tiene a sus espaldas siglos de historia y que cuenta con hasta cuatro inscripciones en la lista de Patrimonios de la Humanidad otorgadas por la UNESCO.
La proximidad a un río Guadalquivir otrora navegable y la generosa tradición que atesora han dotado a esta bella plaza de un extraordinario crisol de culturas que ha posibilitado, entre otras cuestiones, que se convirtiera en capital del Califato Omeya de occidente y una de las ciudades más grandes del mundo en el siglo X. Una circunstancia que posibilitó que, durante el reinado de Abderramán I, se erigiera una de las obras por antonomasia de la arquitectura de nuestro país: la gran mezquita.
Este es el primer monumento del Occidente islámico y uno de los más asombrosos del mundo. No en vano, se alzó sobre una antigua basílica cristiana y aprovechó gran parte de sus materiales para crear una auténtica maravilla que a día de hoy recibe la visita de miles de personas llegadas desde diferentes partes del mundo. Declarada Patrimonio de la Humanidad en 1984, una de sus peculiaridades es que, tras la conquista cristiana de Córdoba en 1236, el recinto quedó convertido de nuevo en templo cristiano y, posteriormente, en catedral. Así pues, resulta excepcional ver cómo coexisten los dos mundos en un mismo espacio.
Una belleza que atrapa, al igual que el centro histórico de la ciudad, uno de los más grandes de Europa y que fue incluido en 1994 como Patrimonio de la Humanidad. Al fin y al cabo, el casco antiguo respira parte de ese maremágnum cultural gracias a los restos de la ciudad romana –al norte-, la Medina andalusí -al sur- y en el extremo suroccidental un barrio de expansión cristiana del siglo XIV surgido al amparo del monumental Alcázar de los Reyes Cristianos. Todo ello en un conjunto de estrechas e irregulares calles de herencia medieval que dan paso a edificios de claro predominio musulmán.
Y qué decir de los patios, ese elemento arquitectónico que se ha convertido en un instrumento más para engalanar la ciudad y transmitir al visitante la alegría y la pasión tan características de este rincón de España. Tanto es así que desde 1918 el Ayuntamiento organiza en la primera quincena de mayo un concurso de patios, en el que los propietarios los engalanan para lograr el prestigioso premio. Por todo ello, en el año 2012 la UNESCO inscribió a los patios cordobeses como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Un galardón que en 2018 también obtuvo Medina Azahara, una ciudad que mandó construir Abderramán III a 8 kilómetros de Córdoba, a los pies de Sierra Morena. Calificada como el Versalles de la Edad Media, esta ciudad palatina fue levantada como parte del programa político, económico e ideológico del califato. Un lugar en el que se puede observar el enorme trabajo realizado, tanto por su monumentalidad como por el esplendor artístico hasta en el más mínimo detalle, además del lujo y la ostentación. Por todo ello Córdoba es un destino por el que merece la pena perderse.
*Contenido promocionado por la Empresa Pública para la Gestión del Turismo y del Deporte de Andalucía S.A.
Más de 5.000 personas visitaron la #MezquitaCatedral de Córdoba en la ‘Noche del Patrimonio’ ?https://t.co/z1h550iEmh
— Mezquita de Córdoba (@MezquitaCordoba) September 22, 2021
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