Después de unos cuantos sinsabores en el circuito del viejo continente -recordamos que el norirlandés no vence en Europa desde que lo hiciera en el abierto de su país en 2016– parecía que esta semana Rory McIlroy se iba a quitar la espinita y, como hiciera hace un par de meses en el Arnold Palmer, mostrar la mejor de las sonrisas en la foto posterior con el trofeo. De hecho, tras 36 hoyos todo apuntaba a ello. El ex número 1 del mundo marchaba líder con dos vueltas de 67 y 65 golpes y todo hacía pensar que el torneo estaba a un tris de romperse.
Pero lo que primero se quebró fue el aguante del británico, a quien se le acabó por hacer largo el campeonato. Solo un grandísimo final le permitió el sábado continuar en el coliderato, pero no pudo aplicar la misma receta en el último encuentro del domingo. Porque sí, volvió a conseguir tres birdies en el 12, el 17 y el 18, pero enfrente tuvo a un Francesco Molinari que rayó la perfección con solo dos bogeys en los 72 hoyos del torneo.
Esto ha provocado una reflexión en voz alta del norirlandés, que ante los medios de comunicación dejó patente su descontento consigo mismo. Aunque, eso sí, aclaró que perder el torneo de esta manera no fue una sorpresa para él, pues ya el jueves y el viernes vio cosas en su juego que no le acabaron de convencer. “Hice los suficientes golpes en los primeros 36 hoyos para darme cuenta de que no estaba todo lo bien que podía estar. Cuando trabajas un cambio de swing o un ajuste de swing se necesita más de una semana de trabajo para acomodarse y este es mi primer inicio competitivo desde que decidí rectificar cosas”, comentó el europeo.
“Estoy cerca de alcanzar cotas altas con mi nuevo juego, lo noto. He tenido una gran oportunidad esta semana. No lo he logrado, pero he estado ahí hasta el final. Quizá tenía que haber cerrado el torneo después de tener una ventaja tras 36 hoyos, es lo único por lo que estoy algo decepcionado”, puntualizó el miembro del Team Europe, que quiere llegar a tope para el US Open.