Obviamente, si hay una imagen que represente mejor lo vivido en la jornada del sábado del US Open es la de Phil Mickelson corriendo detrás de la bola para golpearla antes de que se marchara por la parte de detrás del green. No por la acción en sí -que puede ser reprobable en mayor o menor medida-, sino por la carga implícita que va detrás de que un 43 veces ganador en el PGA Tour -entre ellos cinco Grandes– se sienta en la “obligación” de hacerlo para dejar de sumar golpes en su cartulina.
Porque hay que reconocerlo: nos gusta ver a los profesional enfrentarse a pruebas realmente complicadas, pero todo tiene un límite. Y la USGA este año ha convertido el segundo Major de la temporada -“su Major”- en una suerte de verbena donde lo único que parece importar es que el espectador se divierta a costa del golfista. En el término medio está la virtud y este sábado hemos visto a la organización americana rebasarlo con creces.
En una jornada de viento como se podía prever y con lo quemados que están los greenes después de 36 hoyos es inconcebible que puedan verse banderas como las “disfrutadas” en Shinnecock Hills este sabado. “Al final, es como disparar con una escopeta de feria. Nos han hecho parecer tontos sobre el campo”, decía Rafa Cabrera-Bello al término de su vuelta. Pero no es el único. Wesley Bryan, Ian Poulter, Dustin Johnson y así un sinfín de jugadores han criticado desde hace unas horas a la USGA por hacer que la fortuna influya más que nunca en nuestro deporte.
“Si te digo la verdad, solo he fallado dos golpes en toda la ronda. Sin embargo, me voy a casa con un +7 en el día y con 38 putts en la mochila”, se lamentaba DJ, que ha visto cómo en un abrir y cerrar de ojos la ventaja acumulada a base de golpes de genialidad se diluía por arte de magia. Esperemos que esto haga reflexionar a algunos y que les haga cuestionarse si merece la pena, aunque solo sea una vez al año.