Los llamados bancos de iglesia de Oakmont esperan a los jugadores de la 125 edición del US Open
Esta semana, el US Open regresa en su 125 edición a uno de sus templos históricos: el Oakmont Country Club. Fundado en 1903 y con diez ediciones del Major en su haber —más que ningún otro campo en la historia del torneo—, Oakmont se prepara para volver a poner a prueba a los mejores del mundo en un recorrido que no perdona errores.
Diseñado por Henry Clay Fownes y su hijo W.C. Fownes Jr., Oakmont nació con una filosofía clara: el castigo es parte esencial del golf. “Un mal golpe debe tener consecuencias”, sostenía su creador. Y el campo sigue respondiendo fielmente a esa premisa, con greens que rozan la locura por su velocidad, más de 170 bunkers estratégicamente ubicados, y rough espeso que penaliza sin contemplaciones.
Oakmont se prepara para poner a prueba a los mejores del mundo en un campo que no perdona errores
Jack Nicklaus ganó aquí su primer US Open en 1962, en un desempate inolvidable ante Arnold Palmer. Ben Hogan, Johnny Miller, Ernie Els, Ángel Cabrera y Dustin Johnson también han dejado su huella en una cancha que exige excelencia absoluta. Este año, los Jon Rahm, Scottie Scheffler, Rory McIlroy y Bryson DeChambeau, entre otros, buscarán inscribir su nombre en esa misma lista de leyendas.
El campo, par 70 de 6.741 metros, 7.372 yardas, ha sido restaurado recientemente por el arquitecto Gil Hanse; quien eliminó miles de árboles y recuperó la estética de links escoceses que Fownes imaginó hace más de un siglo. Los hoyos icónicos —como el 3, con los “church pews – bancos de iglesia”, o el corto pero traicionero 17— están listos para dictar sentencia.
Como curiosidad, decir que la autopista de peaje de Pensilvania separa siete hoyos (2 al 8) del resto del campo. Todos sus greenes son originales excepto el del 8; que se movió varios metros a la izquierda para dar paso a la autopista de peaje de Pensilvania a finales de la década de 1940.
Oakmont, ubicado a las afueras de Pittsburgh, en el oeste de Pensilvania; no solo desafía el juego: también es uno de los clubes más exclusivos del país. Sus cuotas de ingreso superan los 200.000 dólares y su acceso es extremadamente limitado. Esta semana, sin embargo, todas las miradas están puestas en sus calles angostas y greens endemoniados.
La historia está servida. Y en Oakmont, escribirla nunca es tarea fácil.
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