Actualmente, la palabra fracaso está presente en nuestro día a día y suele ser el rasero por el que clasificamos a las personas y a nosotros mismos. Es más, suele ser un gran peso que llevamos a nuestras espaldas en cada actividad que realizamos. Todo lo definimos en forma de fiasco o de éxito y muchas veces va asociado a la inteligencia o torpeza de cada individuo. Veamos hoy cómo funciona nuestra mentalidad y lo que realmente nos hace diferentes unas personas de otras.
Cuando éramos pequeños, nunca nos echaban para atrás los retos. Ni siquiera éramos conscientes de lo que era el fracaso, pues la posibilidad de fracasar no entraba en nuestro vocabulario. No nos importaba no tener éxito en alguna tarea. Solo fijaos en un niño de 5 años en un parque intentando encestar en una canasta de baloncesto: él ni se plantea no intentarlo, coge el balón y con toda su buena intención lo lanza con todas sus fuerzas. Pero a él no le importa no conseguir encestar, ni siquiera le impide seguir lanzando al aire hasta que decide seguir con otro “juego”.
Este “juego” cambia cuando en el mundo educativo, o en nuestro entorno, comienza a crearse una evaluación constante de nuestro desempeño como personas, estudiantes, deportistas, etc… Nos clasifican por más o menos inteligentes, más o menos torpes, más o menos simpáticos y luego, sin darnos cuenta, somos nosotros mismos los que nos autoclasificamos en un ranking. Esto nos limita y, por tanto, dejamos de mejorar en aquellos aspectos en los que nos dijeron que no éramos “brillantes”. ¿Os suenan las frases de “soy muy malo para los números”, “no se me dan bien los idiomas”, “soy muy pato para los deportes”? Todos y todas tenemos una frase favorita con la que nos defendernos ante un posible “fracaso” y así tener una excusa fantástica para no evolucionar ni generar aprendizaje.
Carol Dweck, psicóloga americana, en su libro Mindset, La actitud del Éxito habla de dos mentalidades: una de ellas es la mentalidad fija, donde doy por sentado creencias establecidas en el pasado y nunca trato de replantearme nuevos cambios de perspectiva. Tomamos lo que ocurrió o nos dijeron en un momento dado como una medida directa de nuestra competencia y valía.
Por ejemplo, hay personas que vagan por el campo lamentándose siempre de su mala suerte, de lo injusto que es el golf, o de lo torpes que son. Dan más importancia a todos los agentes externos que “tratan de arruinar su juego y su vida” que realmente a su habilidad para mejorar y poner en valor su capacidad de crecer tanto en el golf como en su mentalidad personal.
Pero también existe una segunda mentalidad, que es la de crecimiento. Esta mentalidad la tienen las personas que de cada circunstancia adversa en el campo o en su día a día la convierten en una oportunidad de mejora continua. A estas personas nunca las verás decir esa frase de “después de birdie, mie…”, ni se machacarán durante tres hoyos después de haber fallado un putt de medio metro. Lamentablemente, la mentalidad fija es mucho más habitual de lo que nos gustaría. La relación con el fracaso o con el fallo es muy frustrante y desde muy pequeños nos han comparado y, como decíamos antes, etiquetado en una categoría que nos acabamos creyendo.
¿Cómo podemos darnos cuenta en que tipo de mentalidad estamos? Si cada vez que cometes un error te machacas, echas la culpa al viento, al pique o a las margaritas del campo y te quedas enganchado en vez de concentrarte en el próximo golpe y rebajar tus exigencias, estarás en una mentalidad fija.
Si en el golf y en la vida, después de una situación compleja, te centras en las soluciones y en generar nuevas propuestas de aprendizaje, tendrás una mentalidad y actitud de crecimiento. Howard Gardner, en su libro Mentes Extraordinarias, concluyó que los individuos excepcionales tienen “un talento especial para identificar sus propias fortalezas y talentos y sus áreas de mejora”. Este talento va unido a la mentalidad de crecimiento.
Estas personas potencian sus fortalezas y tratan de entrenar sus áreas de mejora. Convierten los contratiempos de la vida en éxitos futuros. El ingrediente esencial para mejorar es una combinación de perseverancia y la palabra tan de moda que es la “resiliencia”. Y es que una vuelta son 18 hoyos en los que, como en la vida, puede ocurrir de todo. Al final, sea cual sea el resultado, depende de ti qué hacer para seguir mejorando.
Y, desde luego, por mucho que nuestra mentalidad de crecimiento esté en plena forma, no significa que vayamos a ser Tiger o Jon, pero sí que te aseguro que te liberará de mucho peso mental y físico y sobre todo de una mejora constante.
Si conocéis la historia de Ben Hogan, uno de los mejores golfistas de la historia, en su niñez le tenían clasificado como completamente torpe y desgarbado. No apto para la actividad física. Llegó a tener lo que definieron como el swing perfecto y, curiosamente, era uno de los golfistas que más entrenaba día a día. También sufrió un accidente muy grave y los doctores le declararon paralítico, pero diecisiete meses después ganó el US Open.
Si Ben Hogan hubiera tenido una mentalidad fija centrándose en lo que decían de él, o lamentándose de su mala suerte cuando tuvo el accidente, seguramente hoy no tendríamos un referente tan importante en este deporte. Por lo tanto, desarrollar una actitud de crecimiento es creer que las cualidades pueden desarrollarse y a su vez estimular la motivación y la “pasión por aprender siempre”.
Te pregunto: ¿Por qué perder el tiempo demostrando una y otra vez lo bueno que eres, cuando podrías invertir esa energía en seguir mejorando? ¿Por qué ocultar las deficiencias, en lugar de superarlas? ¿Por qué evitar nuevos retos? ¿Por qué no aceptar nuestras vulnerabilidades y hacernos fuertes a través de reconocerlas y mejorarlas?
Recuerda: la característica principal de la mentalidad de crecimiento es la pasión por los retos, la búsqueda de superación, sobre todo cuando las cosas no van bien. Esta es la actitud que hace que las personas crezcan ante las dificultades.
¡A disfrutar, golfillos!
David Espinosa es Coach Deportivo y facilitador de procesos en equipos. Además de un apasionado del golf e investigador de todo el backstage que implica este gran juego en la parte mental y emocional.