El swing de Rory McIlroy, reciente ganador del Masters en Augusta se siente como el movimiento natural de alguien que nació para jugar al golf. Todo en él fluye: el giro del cuerpo, la velocidad con la que baja el palo; ese impacto perfecto que hace que la bola salga disparada como si supiera exactamente a dónde ir.
No hay rigidez, no hay dudas. Solo ritmo, potencia y una elegancia que hace que parezca fácil algo que no lo es en absoluto. Cuando Rory balancea el palo, parece que el tiempo se detiene un instante.
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